El Laberinto

Ambas estábamos firmes frente a esas enormes paredes de enredaderas juntas tomamos la decisión de entrar y no soltarnos de la mano, juntas llegaríamos al final del laberinto. Encontraríamos mi cuerpo.
Semanas antes fui a la ciudad, e viajado mucho y se que mi alma clama mi nombre, nos sentamos en el sótano del café, y te dije -no estoy bien. Tengo incontrolables temblores, constantemente me sangran los oídos. 
Me miraste con tristeza, siempre lo supiste, era imposible que estuviera tanto tiempo divida. Bebiste un poco -tu alma tampoco está bien, delira, trata de ocultarlo- Desvié la mirada -no la he visto- sin quitar la vista del café dijiste -lo sé-. Baje la mirada a la mesa. -Mi cuerpo no está- solo hay un mapa y una rosa azul te estire el mapa. Lo miraste por encima de tus lentes, ambas dijimos a la vez -el laberinto.-
Pero soy y siempre seré tu hermana, por dividida y complicada que te encuentres.-
Eso decías mientras metías el mapa en el bolsillo de tu saco. Dos lunas pasaron, llegamos justo a la media noche.
Todos saben que la gente cambia ahí adentro, que es imposible salir. Con la rosa azul en la mano abrí las puertas del laberinto, el aire comenzó a silbar las hojas volaban sin control, te cubrías con un brazo comenzaste a avanzar, Hemos estado lejos ¿eh? Me sonreíste –ya no más- Jamás te hubiera pedido semejante estupidez hoy estamos encerradas en estas paredes verdes llenas de heridas, sucias, diferentes.

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